Estas xilografías, casi bajorrelieves, que María entrega al Boletín a partir de los 3 colores fundadores e icónicos de la tauromaquia (negro, rojo y oro), elaboran una secuencia del jugar al toro, una serie de 7 como si de una tirada de cartas se tratara, de mancia regresiva a ese instante, posterior al niño y anterior al adolescente, donde el crío revela el sentido de su naturaleza al decidir entre animal u hombre, ¿transformarse en toro o dejarse atrapar por el sol dorado de la humanidad? Puede parecer una decisión fácil, pero estas ilustraciones demuestran que no es así, la misma tauromaquia demuestra que no es así, remitiéndonos a ese lugar una y otra vez, entrando al trapo niños y saliendo toro hasta alcanzar lo humano en ese dejarse coger (simbólico) por el toro al entrar a matar. Por eso la adolescencia, en cierto modo, supone un entrenamiento para el ser que aún duda y puede sentir la tentación de retornar al añorar la naturaleza perdida.
Esta serie de imágenes en piedra, de estatuas que la retina del antepasado ha volcado a la memoria familiar, construye una especie de zoótropo del inconsciente vincular donde la ilusión de movimiento obliga, certifica la necesidad del pase, de nacerse en la visión del otro una y otra vez.
Ignacio Collado de la Peña